Y de pronto simplemente llega…. Puede ser que por mucho tiempo ni siquiera te detuvieras a pensar en ella, puede ser que alguna vez la pensaras pero como algo lejano y ajeno o como algo irreal que solo les pasa a otros, pero aún así llega y de pronto te encuentras delante de ella frente a frente sin que puedas hacer nada por evitarla.
Al principio no la reconoces, al principio no entiendes lo que pasa pero en un momento te arrebata lo que más amas y te golpea de frente, fría, despiadada y se marcha llevándose consigo la mitad de tu vida y dejando tu corazón destrozado y malherido. ¡Cuánto enojo, cuanta angustia y cuanto dolor nos queda! La desesperanza se apodera del corazón y nos queda la duda de si alguna vez podremos volver a ver la luz.
¿Cómo no rechazar a la muerte? ¿Cómo no verla como una amenaza, como una enemiga, como algo de lo que tenemos que huir a como de lugar? Esto sólo es posible de la mano de Jesús que venció a la muerte y la derrotó para siempre. Es de su mano que podemos darnos cuenta de que en realidad la muerte no existe más y por lo tanto no tenemos que escapar de ella; lo que hoy conocemos como muerte no es más que la puerta a la eternidad, una eternidad que empieza desde ahora, que podemos empezar a vivir desde ahora gracias al amor infinito de Dios.
¡Dios no quiere nuestra muerte! ¡Él quiere que vivamos y vivamos felices! Cuando nos dejamos consolar por el Señor y Él va calmando nuestro dolor podemos darnos cuenta de que la muerte no nos arrebata nada, simplemente abre la puerta al amor infinito y verdadero.
¡Cuesta separarnos de los que amamos! ¡cuesta creer en la eternidad! Pero cuando nos toca enfrentarnos a la muerte de la mano de Jesús, podemos ver los regalos que nos deja y con asombro vemos que de pronto somos más fuertes de lo que pensábamos y somos más libres porque perdemos el miedo y eso nos hace disfrutar y amar más plenamente la vida.
Porque a final de cuentas como decía Elizabeth Kübler-Ross “La muerte no existe, sólo es mudarse a una casa más bella.”
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